DOMINGA.– La represión no siempre tuvo uniforme. Pero dejó memoria. Una memoria oficial que huele a tinta vieja, archivadores metálicos y vigilancia sin nombre. Así lo demuestran los documentos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), donde aparecen nombres inesperados. Lugares donde la policía secreta del PRI podía operar su aparato de persecuciónsin dejar huella. Y documentar información de prácticamente todos. Incluso en la música.Encuentro el cartel de una tocada que ocurrió en 1987 entre expedientes del Archivo General de la Nación. La fecha dice “jueves 12 de noviembre”. El disco bar El Nueve presenta el debut mundial de El Personal –una banda queerpunktapatía fundada en La perla del Occidente–. “Rap, rock, blues, décimas jarochas y cuanta madre!... con los tapatíos prófugos del ‘Galimatías’”, dice el anuncio. “Alternarán con Maldita Vecindad!”, agrega. En Londres 156, en la Zona Rosa del entonces Distrito Federal. No es tan sorpresivo. Todo ocurre en un país donde hablar libremente de sexo, drogas, homosexualidad o inconformidad cotidiana podía ser tomado como subversión. El Personal no sólo hablaba de ello: lo cantaba, se burlaba, lo celebraba. José Alfredo Sánchez, a sus 68 años, es quién sí se sorprende del hallazgo en los apartados de investigación. Pero ser guitarrista y el teclado de una banda como El Personal, escritor y testigo clave de una época de transgresión cultural, era suficiente para llamar la atención de las autoridades.“Nunca pensamos que lo que hacíamos pudiera considerarse un riesgo para la seguridad nacional”. Pero lo fue.Guadalajara en los ochenta era una ciudad doble, vivía una tensión particular. Si bien era la segunda ciudad más importante del país, su peso cultural era opacado por el centralismo. Sin embargo, en esa periferia se gestaron movimientos estéticos, principalmente de expresiones musicales como SS-25, Desorden Público y Masacre 68. “Muy conservadora [Guadalajara] por un lado, pero con una vida gay muy activa, oculta, pero viva”, recuerda.Esa dualidad paría una escena contracultural potente, irreverente, cargada de crítica que no cabía en las etiquetas. Desde las páginas de la revista Galimatías, hasta los acordes de El Personal, todo se sentía trinchera. “La escena de Guadalajara era pequeña y todos nos conocíamos. Estaban Gis, Trino, Falcón, y también músicos, artistas plásticos, arquitectos... era un hervidero”, dice Sánchez. Allí nació el germen de una banda inclasificable que funcionaba géneros, combinaba reggae con trova, son, jazz, cha-cha-chá, rock y ritmos cubanos.Una banda de amigos tapatíos que llegó a tocar en El NueveEl Personal no encajaba en el rock urbano capitalino ni en el movimiento rupestre, que hoy nos remite a otras expresiones musicales como Caifanes, Café Tacvba o Cuca. La banda fue oficialmente fundada en 1985 por Julio Haro García como vocalista y Andrés El BoyHaro en el bajo, pero con colaboraciones de Óscar Ortiz(en la guitarra), Alejandro López Portillo(batería), Carlos Domínguez(xilófono), César Maliandi (bajo) y Paco Navarrete(percusiones). En 1987, tras un éxito avasallador se integrarían oficialmente Pedro Fernández en la batería y Alfredo Sánchez en la guitarra y los teclados.No eran parte del ‘mainstream’, ni tampoco de la izquierda militante. Eran otra cosa: un ‘collage’ sonoro donde cabía desde el bolero irónico hasta el ska. Y eso les dio una libertad artística que pocos se permitieron.“El Personal empezó como una banda de amigos que se juntaban a hacer canciones. No había pretensiones. Hasta que tocaron en El Nueve, en la Ciudad de México y vieron que la cosa iba en serio”, recuerda Alfredo. Esa presentación marcó un antes y un después.La suya fue una resistencia más intuitiva que ideológica. Pero no por ello menos potente. “Nunca quisimos hacer panfletos pero sabíamos que decir lo que decíamos ya era romper con algo. En especial en un entorno como el de Jalisco, donde muchas cosas simplemente no se hablaban.” Y ellos las cantaban. Con maracas, con sintetizadores, con humor. Porque como dice Alfredo: “El humor fue nuestra mejor herramienta para decir cosas que de otro modo no nos habrían dejado decir.” Sánchez entró a la banda en 1988. “Me invitaron a una tocada y me divertí tanto que decidí quedarme.” Aportó estructura musical y arreglos a canciones que eran “puro caos juguetón”. Canciones como No me hallose convirtieron en himnos generacionales.“Era como decir: estamos aquí, pero no terminamos de encajar en ningún lado.” En una época donde los discursos contestatarios eran mirados con lupa, lo que hacía El Personal no tenía precedentes. “Nunca supimos si éramos rock, reggae o qué. Era un híbrido. Y eso también incomodaba”, explica Sánchez. Su música hablaba de prostitución, masturbación, drogas, travestismo;del gobierno decían poco pero hablaban del “desgobierno” y lo hacía sin solemnidad. “El Personal, en mi opinión, es una porquería”, dijo Julio Haro en una entrevista para la extinta estación EFC de Guadalajara. No daban lecciones: reían, bailaban, cantaban. Me busqué en el directorioMe busqué en la enciclopediaMe busqué en el padrón electoralMe busqué en la filosofía orientalNo me hallo(no, no…)“No queríamos cambiar al mundo, sólo contarlo desde otro lado. Y eso ya era político.” Lo que estaba ocurriendo era una fisura en el discurso oficial. Una banda que, sin decirlo, cuestionaba todo. Que, sin declararlo, resistía. Que, sin proponérselo, hizo historia. Una historia que inició en el mítico bar El Nueve.Letras incómodas conformaban los repertorios de El PersonalUbicado en la Zona Rosa, El Nueve fue uno de los epicentros de la contracultura de los ochenta. En sus noches cabía todo: ‘performances drag’, música alternativa, arte gráfico, sexualidades múltiples, discursos nuevos. Julio Haro, voz y figura central de El Personal, era parte de esa escena. En sus propias palabras, según lo narra su hermano Sergio: “feo, pobre y joto”.Julio no sólo cantaba letras incómodas; también escribía columnas ácidas que llenaban páginas en la revista Galimatíasjunto a otros artistas como José Ignacio Solórzano Jiso Manuel Falcón. En esas páginas, Julio Haro era poseedor de un alter ego humorístico que desafiaba la rigidez moral de Guadalajara con pequeñas viñetas y mensajes potentes: “nosotros somos los marranos”, cita una frase de aquella vieja publicación en la voz de un cerdo que tala árboles, frase que da nombre a uno de sus sencillos. Su amistad con figuras comoCarlos Monsiváis, Luis González de Alba y el poeta Abigael Bohórquez lo conectaba directamente con la élite intelectual gay de la época. Y eso, para el gobierno, era más que suficiente para prender las alarmas.“Sólo salimos una vez de Guadalajara”, rememora Alfredo Sánchez. “Fue ese concierto en El Nueve. Después, todo era autogestión. Nosotros organizábamos, vendíamos los boletos, montábamos el equipo. Julio no era activista como se entiende ahora, pero su sola existencia era una provocación. Su voz era militante aunque no marchara con pancartas”, dice Alfredo. “Y su manera de hacer música, también”. El Nueve se encontraba en la mira de la policía secreta. Principalmente por el activismo que cultivó entre sus asistentes, explica El Pantera, un exagente jubilado de la DFS Jalisco y que participó en el operativo de 1968 en Tlatelolco donde cientos de estudiantes desaparecieron. La liberación de los documentos de la DFS, ocurrida en el sexenio de López Obrador, representó un momento clave en el proceso de transparencia y memoria histórica, sobre todo, para entender los objetivos del espionaje. Esta agencia de inteligencia ilegal operó entre 1947 y 1989, era encargada de tareas de seguridad nacional, pero también conocida por su participación en actos de represión política, especialmente durante la Guerra Sucia. Durante décadas, sus archivos estuvieron bajo resguardo de militares hasta el momento del decreto de liberación, lo que dificultó el acceso a información clave sobre violaciones a los derechos humanos.Ahí entre los documentos que prueban los crímenes del gobierno en contra de su población se esconden fragmentos de una memoria que se resiste a perecer. Aquel cartel, la dirección de El Nueve y fichas de identificación; por ejemplo, de uno de los socios, Guillermo Ocaña; del Foro de Arte y Cultura donde El Personal tuvo una de sus presentaciones más exitosas en Guadalajara; o la de Carlos Monsiváis, amigo de Julio Haro, relatan otra pista de esta historia. La de unidades de espionaje en centros culturales. Y todo se asoma ahora dentro de las instalaciones del Archivo General de la Nación. El vocalista Julio Haro era abiertamente gay y amigo de MonsiváisEl humor no impidió que los vigilaran. Años después, los documentos desclasificados de la DFS confirmaron lo que algunos sospechaban en esa época: El Personal había sido observado o, por lo menos, ameritó un espacio en sus memorias. El por qué es indefinible.“Julio Haro, nuestro vocalista, era abiertamente gay y tenía vínculos con personajes como Carlos Monsiváis [uno de los personajes homosexuales con el expediente más extenso], lo que seguramente lo puso en el radar”, explica Sánchez.Otro de los motivos puede ser la casualidad pues la policía espía en su expediente 014-054-001, iniciado el 25 de octubre de 1985 y en manos de DOMINGA, reconocen haber instalado una célula de espionaje en las instalaciones del Foro de Arte y Cultura de la Universidad de Guadalajara, un recinto de arquitectura brutalista ubicado al norte de la ciudad, dónde la banda tuvo varias presentaciones entre los años 1987 y 1989. Particularmente el de la presentación del disco No me hallo.“El concierto en el que presentamos el disco fue en un lugar en Guadalajara que se llama El Foro de Arte y Cultura, que es un un espacio bastante grande. Esto debe haber sido en 1989, no lo recuerdo. Estaba la banda completa y algunos músicos invitados, ese es quizás el concierto que más disfruté. Estaba lleno, había músicos invitados, y sentimos que algo importante estaba ocurriendo”.La aparición de un afiche de El Personal en los archivos de la DFS no es accidente. Es una síntesis de la época. Una prueba de que en México cantar podía ser tan peligroso como marchar, y que tocar en un bar alternativo en la Ciudad de México podría bastar para entrar a una lista negra. Al revisar estos documentos hoy, uno entiende que la vigilancia no sólo se dirigía a los guerrilleros o líderes sindicales. También se infiltró en las guitarras, en los fanzines, en las peñas culturales, en las columnas de humor ácido. La cultura era una trinchera y, por tanto, un blanco.“El conservadurismo en Jalisco era muy profundo, estructural, y sin embargo siempre ha existido una vida alternativa muy fuerte también. Eso ha generado una tensión constante”, reflexiona Alfredo Sánchez. “Nosotros éramos parte de ese otro lado que no cabía en la narrativa oficial”. Ese “otro lado” era donde se hablaba de sexualidades no normativas, de cuerpos no domesticados, de placeres no permitidos. Y El Personal lo hizo desde la trinchera más peligrosa: el escenario.Legado de una banda de rock en resistencia“Ojalá que cuando muera, nadie hable de mí”, dijo Julio Haro, recuerda su hermano Sergio. Más de tres décadas después, El Personal sigue siendo un símbolo raro, irrepetible. Para Alfredo, “la banda me enseñó a tomarme la música con menos solemnidad y más disfrute.” Sus conciertos fueron pocos, no más de treinta. Y tuvieron un total de cinco discos publicados. “Lo que hacíamos era arte, pero también era una manera de sobrevivir a una ciudad y a un país que no quería vernos. Por eso aparecimos en esos archivos. Porque nos vieron. Y les incomodamos”.El Personal no hablaba directamente del PRI ni del 68. Pero hablaban de algo igual de incendiario: los placeres. La masturbación. Las drogas recreativas. La prostitución. El deseo. Temas que, en una Guadalajara atravesada por el conservadurismo católico y la doble moral, eran dinamita. Y la dinamita siempre termina en combustión. En la Plaza TapatíaNos siguió la poleciaNos metimos al HospicioA ponerle a nuestro vicio...A nuestro vicio...JojojoNos subimos al par vialVisitamos CatedralLa pasié por todo el centroNos clavamos muy adentro“Nos burlábamos del clasicismo, de los prejuicios, de los ricos tapatíos que negaban lo que hacían en la sombra. Era eso lo que no gustaba, que lo dijéramos en voz alta y con ritmo”, recuerda Sánchez. El día que Alfredo conoció a Julio Haro, relata que lo primero que le dijo fue su estatus serológico. “Yo tengo sida”, recuerda Alfredo sobre el fundador de la banda y que, si a pesar de ello estaba dispuesto a tocar, era bienvenido.Evidentemente Alfredo dijo que sí. Y aunque niega una actividad política, reconoce que abiertamente es un hombre de izquierda. Todos en la banda lo eran y sabían perfectamente sobre los peligros que eso implicaba.“Había una clara conciencia de que había una corporación policíaca peligrosa que actuaba con base en lo que ellos consideraban enemigos del gobierno establecido, comunistas, homosexuales, guerrilleros, manifestantes o cualquier persona ligada a movimientos de izquierda”, recuerda mientras busca entre sus carpetas imágenes de aquellos tiempos.Sin saberlo, aquel año de 1988 cuando tocó formalmente por primera vez con El Personal, formaría parte de una de las leyendas más potentes de la industria cultural. Es decir, aunque el sencillo favorito de Alfredo sea el de aquella portada ilustrada por uno de los decanos de la caricatura política de Jalisco, Jis, aquel día, entre espías y música de protesta, Alfredo encontró su lugar en el mundo. Aunque fue largo, peligroso y clandestino. GSC