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Cien años del Salón Tenampa: aquí se viene a cantar, a llorar o a enamorarse
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Cien años del Salón Tenampa: aquí se viene a cantar, a llorar o a enamorarse

  • - 2025-07-13

DOMINGA.– Era diciembre, no podía faltar “Amarga Navidad”, el clásico de Amalia Mendoza La Tariácuri, que se cantó a todo pulmón junto a otros parroquianos que también pasaban por lo mismo. En el Salón Tenampa se bebió, se comió, se descomió, hubo risas, lágrimas, mentadas de madre. “Diciembre me gustó pa’ que te vayas / que sea tu cruel adiós, mi Navidad”. Eso cantamos una y otra vez, hasta convencernos que el desamor ya no dolía.Hace tiempo mi mejor amiga estaba en pleno divorcio cuando me dijo sin titubeos: “Acompáñame a cancelar el servicio del gas”, convencida de que el ex no merecía ni una gota de agua caliente a expensas de un contrato que estaba a nombre de ella. Llegamos al centro, muy cerca del Palacio de Bellas Artes, y luego de más de dos horas en la oficina de la gasera, fue imposible terminar el trámite. Salimos frustrados así que la animé: “¡Pues vámonos a Garibaldi!”.Cuál sería mi sorpresa al enterarme de que ella no conocía la histórica plaza que, por lo menos en mi cabeza, todo chilango que se respete debía haber visitado por lo menos una vez en la vida. Llegamos directo al Salón Tenampa, sitio emblemático que entre música de mariachi y un ambiente festivo único, la fue envolviendo hasta hacer una auténtica catarsis de aquella decepción amorosa. Llegaron los músicos a la mesa y un rato después, con la ayuda de una, quizá dos botellas de tequila, la canción “Paloma negra” se convirtió –por decir algo– en “Roberto negro”. Qué hubiera pensado la gran Lola Beltrán al respecto.Ya de madrugada, mi amiga salió en brazos de un enorme guardia de seguridad que amablemente me ayudó a subirla al taxi (gracias Lalo, siempre te recordaremos), y a la distancia, con todo y el drama vivido, seguimos pensando en esa noche como una de las mejores experiencias de nuestra vida.Cada que paso por ahí sonrío al recordar esa y otras anécdotas sucedidas en la Plaza Garibaldi, lugar donde aún hoy el bullicio de los mariachis parece entretejerse con los recuerdos de un México que nunca se ha ido del todo. Una nostalgia por el folclor mexicano que seduce, desde luego –con el “Cielito lindo”–, a gringos y europeos. Y ahí, entre voces que entonan rancheras al caer la tarde, el Salón Tenampa sigue siendo el lugar donde todo comenzó, tan especial y único, que el próximo mes de noviembre celebrará sus primeros 100 años de existencia.El espíritu de Cocula en el Salón Tenampa de la Plaza GaribaldiEl Salón Tenampa no nació por casualidad. En 1925, Juan Hernández, un jalisciense nostálgico de su tierra, decidió abrir una cantina que evocara el espíritu de Cocula, Jalisco, el lugar donde se dice que nació el mariachi. Luego invitó a un pequeño grupo de paisanos músicos, a los que siguieron varios más, como si de un refugio de mariachis se tratara. Y así, como una semilla plantada, surgió este salón que pronto se convertiría en el santuario de la música vernácula mexicana.Ubicados en un pequeño local al lado de una vecindad, los primeros años fueron modestos. El Tenampa era apenas una cantina sencilla de mesas largas, donde el tequila corría como río y el dolor del corazón se curaba o, al menos, se adormecía al son de un violín, una trompeta y una voz que cantaba desgarrada. Ahí no se venía sólo a beber: se venía a sentir, a cantar, a llorar o a enamorarse.Con el tiempo, el Tenampa se volvió leyenda. Figuras como Lucha Reyes, la primera gran dama de la canción ranchera, dejaron su huella profunda en sus muros. José Alfredo Jiménez, Pedro Infante, Jorge Negrete, Javier Solís, Lucha Villa, Cornelio Reyna, Amalia Mendoza, Chavela Vargas, Cantinflas… Sus voces, risas y penas de amor, aún parecen flotar entre los vitrales y murales que adornan el salón. Cada rincón cuenta una historia y cada mesa guarda secretos que sólo la música se atreve a susurrar. Una de las personas que más conoce esas historias es Isaías Muñoz, quien lleva 33 años trabajando en este histórico local. “Cuando entré aquí era como llegar a esas cantinas típicas de las películas. En esa parte de los muros había unas rejas que protegían la barra porque de repente volaban las botellas. Era una cantina brava. Si había trifulca y había golpes, todo mundo le entraba: a ver, a defenderse y a defender a los compañeros. Y hasta eso era bonito, porque después de la trifulca, todo mundo se daba la mano, seguía la fiesta y aquí no pasó nada”, recuerda.“Yo empecé como garrotero. Después, un día los cantineros se fueron a una fiesta y no regresaron, así que el gerente de ese entonces nos puso a un compañero y a mí detrás de la barra. Así estuve mucho tiempo pero he hecho de todo: mesero, estuve en la puerta y también año y medio como cocinero; luego me pasé a la parte de administración, ayudando con el inventario, y fui superándome hasta el lugar donde estoy ahorita”, agrega Isaías, quien actualmente es director general del lugar.“Y nos dieron las diez” se toca 15 veces en el Salón TenampaYa en los años sesenta, el Salón Tenampa se renovó. No para transformarse, sino para proteger su alma. Se incorporaron nuevos espacios, retratos, murales que hablan del México bravo, del México de las grandes pasiones. Se perfeccionó la carta, honrando la gastronomía jalisciense, y volviéndose un espacio más familiar, pero sin perder la costumbre de brindar con un tequila o un buen ponche de granada, bebida que sirve exclusivamente en este lugar en un jarrito de barro con tequila y nuez quebrada, y se produce de manera artesanal por la misma familia desde hace siete décadas.También se consolidó como un sinónimo de la mexicanidad, que traspasó fronteras y atrajo personalidades de todos los ámbitos. “Ver, por ejemplo, a un señor como Carlos Slim, llegar con su equipo de seguridad y su equipo médico, es impactante, es como conocer a personas que me parecen de otro mundo. Una vez me tocó atender a un sherpa, de los Himalayas, lo traducían tres veces para poder ordenar, y para mí fue impresionante tener cerca a una persona que había estado en la cima del mundo, fue algo mágico”, relata don Guillermo Corona, quien es el mesero más longevo del Tenampa, con 18 años de servicio.“Hablamos de Luis Miguel, Rocío Dúrcal, Enrique Bunbury, Lola Beltrán, Joaquín Sabina, todos son grandes personas, aunque Sabina ha dejado una huella especial aquí. De hecho, lo tenemos plasmado en un cuadro. Su canción ‘Y nos dieron las diez’ la tocan mínimo unas 15 veces diarias, por lo que se ha vuelto un icono de la música que se escucha en este lugar. “Y yo creo que don Joaquín es un tipo bueno. Yo lo atiendo siempre que nos visita, hasta tiene ya su mesa preferida, e insisto en que es mejor persona que cantante. Me invita a sus conciertos cada vez que viene”, comparte Guillermo.El Tenampa es un buen tequila extra añejo y los gringos lo sabenLa oleada de extranjeros también se siente en el Centro Histórico, atraídos por la nostalgia del folclor mexicano. A diferencia de otros locales donde cambian los precios, el ambiente y hasta los sabores, incluyen menús traducidos y el tequila servido más por espectáculo que por tradición, el Salón Tenampa resiste sostenido por el orgullo cultural que albergan sus paredes y una tradición hospitalaria que desafía los embates de una ciudad que se transforma.Porque el Tenampa es un altar de emociones. En sus cien años ha visto a generaciones enteras llegar para celebrar un triunfo, para despedir un amor o sólo para ser testigos de su propia nostalgia. Para muchos, cruzar sus puertas es entrar a una máquina del tiempo donde el mariachi –con su traje bordado de plata– sigue siendo capaz de abrir de par en par el corazón. “Se puede hablar de gente que ya tiene una posición, de políticos, escritores y artistas que vienen de todas las tallas. Recuerdo una vez que Carlos Monsiváis y Chavela Vargas se amanecieron cantando en la barra y no se querían ir. Y claro que es impresionante verlos arriba de una mesa cantando con desconocidos y tomándose fotos con los empleados. Lo que más me gusta es que aquí todos somos iguales”. “Llega gente de todo tipo, de todos los estados y niveles socioeconómicos, pero más que admirar a los famosos, me impacta ver a nuestros humildes campesinos, gente de provincia que se sientan y piden una cerveza con dos vasos, porque no traen para pagar otra cosa. Los ves felices oyendo el mariachi y a veces piden una canción. Es la gente a la que este lugar le da cabida y que llega con la ilusión de ser parte de esta historia”, agrega Isaías, quien está próximo a jubilarse.Sobre su retiro, “pienso que no sé qué voy a hacer, porque le tengo mucho arraigo a este lugar. Es raro el día que llego a faltar, me gusta venir a diario, aún enfermo, y aunque no me lo crean lo hago con la misma ilusión que hace 33 años. Va a ser muy raro no tener a dónde ir y no darle los buenos días al retrato de José Alfredo Jiménez, como lo hago todas las mañanas”.Hoy, al celebrar su centenario, el Salón Tenampa no sólo festeja su permanencia, sino su resistencia. Porque ha sobrevivido a crisis, terremotos, una pandemia y a ‘turistificaciones’ que se llevan todo. El Tenampa ha estado ahí, inamovible, como un faro para todos los que alguna vez han necesitado refugiarse en un verso triste o perderse en una botella.Las celebraciones de estos cien años no podían ser menos: se vienen colaboraciones con una conocida marca de calzado, el lanzamiento de un libro conmemorativo con recetario incluido y, por supuesto, una serie de celebraciones que incluyen la develación de nuevos murales, entre ellos el de la cantante Natalia Jiménez. Porque el Salón Tenampa no ha envejecido: ha madurado, como el tequila que reposa pacientemente en las barricas.Caminar hoy por el Tenampa, que en náhuatl significa “lugar amurallado”, es sentir que el tiempo no se detiene. Es ver cómo un padre enseña a su hijo a pedir una canción al mariachi, una forma de preservar la tradición. Es observar a grupos de amigos o jóvenes turistas descubrir, entre asombro y alegría, la pasión desbordada en una voz que canta “El Rey” en la mesa de al lado. Es escuchar cómo un anciano, con lágrimas en los ojos, se levanta de su silla para entonar “Amor eterno”, recordando a quien ya no está.Es un hogar para la alegría, el dolor, la nostalgia y la esperanza. Un lugar donde las emociones se viven a flor de piel, siempre acompañadas de un buen mariachi. Hoy, cien años después de su fundación, sigue siendo el corazón palpitante de Garibaldi. Y mientras haya alguien dispuesto a cantar, a brindar o a llorar por amor, su música no dejará de sonar por 100 años más. ¡Salud!GSC


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