A poco menos de un mes de que el balón vuelva a volar en los emparrillados, la NFL se ha convertido en el epicentro de un fenómeno que va más allá de las estrategias en el campo: una auténtica guerra de cifras millonarias en la que el talento se cotiza a precios estratosféricos.Porque mientras los equipos ajustan sus estrategias y los jugadores se preparan para otra temporada en busca de gloria, en las oficinas de la Liga se han cerrado acuerdos que han roto la banca y han redefinido el valor de las estrellas. La motivación, para muchos, tiene ahora un precio: contratos gigantescos que los aseguran como los mejores pagados de la historia… hasta que llegue alguien a superarlo. Así funciona el mercado.Los que recibirán más dineroEn este circo de cifras, las renovaciones de contrato han sido el pan de cada día, elevando la vara para las futuras negociaciones. Josh Allen, el quarterback de los Buffalo Bills, se ha posicionado como uno de los reyes indiscutibles de este mercado. Su firma de 330 millones de dólares por seis años no solo lo mantiene como el líder de su franquicia, sino que lo consagra como uno de los rostros más valiosos de la liga. Su talento y liderazgo en el campo, que lo han llevado a ser una amenaza constante, se han traducido en una recompensa económica que pocos pueden igualar.Pero Allen no es el único quarterback que ha visto cómo su cuenta bancaria se engrosa. Brock Purdy, el joven fenómeno de los San Francisco 49ers, ha demostrado que su historia de Mr. Irrelevantes cosa del pasado. A sus 25 años, Purdy firmó una renovación por 265 millones de dólares por cinco años, una cifra que demuestra la confianza ciega que los 49ers han depositado en él. El quarterback, que llegó a la NFL como la última selección de su Draft, firmó con la esperanza de demostrar ser el presente y futuro de una de las franquicias más emblemáticas, y su salario es un reflejo de su meteórico ascenso.No obstante, esta bonanza no es exclusiva de los quarterbacks. Los receptores, piezas clave en el ataque aéreo, también están acaparando los titulares. Ja’Marr Chase, de los Cincinnati Bengals, ha demostrado que la conexión con su mariscal de campo Joe Burrow tiene un precio. Con una renovación de 161 millones de dólares por 4 años, Chase se ha establecido no solo como uno de los receptores más dinámicos de la liga, sino también como uno de los mejor pagados, percibiendo un salario anual de 40 millones de dólares. Este acuerdo refuerza la idea de que los receptores de élite, capaces de cambiar el rumbo de un partido en una sola jugada, son tan vitales como los quarterbacks que les lanzan el balón.En el lado defensivo, la historia no es diferente. Los pass rushers son considerados oro puro, y sus contratos lo demuestran. Myles Garrett, de los Cleveland Browns, y TJ Watt, de los Pittsburgh Steelers, son los máximos exponentes de esta tendencia. Garrett, a sus 29 años, firmó una renovación de 160 millones de dólares por tres años, solidificándose como una de las presencias más dominantes de la NFL. Por su parte, Watt, el ala defensiva/linebacker de 30 años, pactó una extensión por 143 millones de dólares por tres años, lo que lo mantiene en la élite salarial de su posición con un salario de 41 millones de dólares. A ellos se suma Maxx Crosby, de Las Vegas Raiders, quien a sus 27 años, renovó por 106.5 millones de dólares por tres años, confirmando que la presión constante al quarterback tiene un valor incalculable.La gran diferencia con otros jugadoresSin embargo, el panorama salarial en la NFL es un juego de contrastes y grandes disparidades. Si bien quarterbacks, receptores y alas defensivas dominan la cima de los salarios, otras posiciones, igual de cruciales, perciben sueldos significativamente menores.El abismo económico en la National Football League es palpable. Mientras Dak Prescott de los Cowboys se embolsa 61.3 millones de dólares anuales como quarterback, el pateador de los Chiefs, Harrison Butker, con su papel fundamental en los momentos decisivos en tres triunfos de Super Bowl para Kansas City, solo gana 6.5 millones. Es una cifra considerable, pero palidece en comparación.Lo mismo ocurre con los corredores, como Saquon Barkley de los Eagles, que lidera su posición con 20.6 millones anuales, o los centros como Creed Humphrey de los Chiefs, que percibe 18 millones, una cifra respetable, pero muy lejos de los montos de las posiciones estelares.Esta brecha salarial no solo evidencia la priorización de ciertas posiciones en el deporte moderno, sino que también resalta el riesgo inherente de la profesión. Los quarterbacks son el rostro de la franquicia y los responsables directos del éxito, por lo que su valor se dispara. Los alas defensivas son los depredadores que desestabilizan a los rivales, y los receptores son los magos que generan las grandes jugadas. Sin embargo, un centro o un profundo, aunque vitales para la protección y la defensa, no tienen el mismo impacto mediático ni la misma cotización en el mercado.A un mes del kickoff, el escenario está listo. Los jugadores, motivados por los jugosos cheques y la pasión por el deporte, se preparan para dar lo mejor de sí. La NFL, por su parte, se confirma como un gigante económico donde el talento tiene un precio, y ese precio, para los elegidos, es cada vez más alto.La expectación es máxima y las grandes cifras, lejos de ser un mero detalle, son un reflejo de la ambición y el nivel de un deporte que mueve pasiones y, sobre todo, una cantidad obscena de dinero.RGS