En Neuróticos Anónimos, su primera exposición individual en Kurimanzutto Nueva York, el artista mexicano hilvana humor. Porque cuando el arte incomoda está en su hábitat natural, Miguel Calderón se decanta por no salir de este espectro. Trazos de dolor, difuminación de lo verdadero, celuloide en fuga: elementos del hombre con una sombra que hace las veces de pasado. En este circo de la vida, la risa y el llanto son homólogos indistinguibles; no hay feria ni funeral en el que lo uno se separe de lo otro. La catástrofe, matriz de la historia, está salpicada de sonrisa, eso Miguel lo sabe, lo predica. Aunque sea por error, con máscara, disfraz y guion, el ser anda por la arena con el dolor tatuado en la frente. Hoy, Calderón nos cuenta cómo funciona la melancolía cuando no queda nada más que llorar. O reír.RM: ¿Cómo conviven la sátira y la vulnerabilidad emocional en esta exposición?MC: La mejor comedia nace de la vulnerabilidad, de lo trágico. Veo al humor como una herramienta de supervivencia. He intentado hacer obras densas, incluso sórdidas, pero sin humor se vuelven imposibles de digerir. Un ejemplo perfecto de esa tensión entre tragedia y risa es el final de Carpe Diem (Seize the Day), de Saul Bellow. Aunque la escena es profundamente trágica, cuando la vi, no podía parar de reírme. Lo absurdo y la vulnerabilidad conviven. No puedo encasillar mi obra, es una especie de bipolaridad artística. Cuando me saturo de ver a tanta gente mientras hago una película, dibujo en soledad. Y cuando me canso de estar encerrado dibujando, salgo a las calles a observar y tomar fotografías.RM: ¿Cuál es el diálogo de tus dibujos automáticos con la terapia de grupo de Neuróticos Anónimos? MC: Desde niño, dibujar ha sido para mí una forma de escape frente a realidades que me incomodaban. Durante la secundaria, me servía para evadir, aunque fuera por breves momentos, un entorno escolar hostil. Había maestros autoritarios que no toleraban la distracción y un ambiente violento entre estudiantes. Te espiaban en el baño, te aventaban bolas de papel mojado con popotes. Hacer caricaturas grotescas de los maestros que todos odiábamos me ayudó a hacer amigos. Se las mostraba a mis compañeros y todos se reían a carcajadas. Cuando una clase me aburría, me ponía a dibujar automáticamente. De ahí salían formas amorfas, inconscientes, como si distintas partes de mi estuvieran participando en un cadáver exquisito. Dibujar, como sucede en muchas terapias psicológicas, puede abrir un diálogo interno y calmar esa “marea roja” emocional.RM: Al recrear el accidente de tu padre y mezclar la foto de El Buitre, ¿qué aprendiste sobre la forma en que la fotografía de nota roja transforma un evento familiar en mito público?MC: Durante mi infancia en los años ochenta, recuerdo las portadas de la revista ¡Alarma! en los puestos de periódicos. Eran imágenes tan gráficas que me obligaban a cubrirme los ojos. Me provocaban una mezcla de fascinación y repulsión, pero también muchas preguntas: ¿quién escribe esos encabezados con un humor tan oscuro? Conocí a El Buitre, un fotógrafo dedicado a documentar accidentes automovilísticos, a través de mi padre que era corredor profesional de automóviles. Lo que se me quedó grabado de la foto del accidente fue que aparecía otro fotógrafo documentando un hecho que ni siquiera se veía en cuadro. De ahí parte esta obra, un fotógrafo que apunta su cámara hacia una masa de humo indefinida que genera un vacío. La pieza nace de ese vacío y del impulso de fotografiar como una forma de darle sentido al desorden. Me interesa nuestra obsesión por documentar la catástrofe.RM: El video Cocteleitors sigue a personajes que viven de infiltrarse en inauguraciones por la comida y la bebida gratis. ¿Qué revela esta coreografía?MC: Para mí lo más importante para este proyecto era entender qué impulsa a estos personajes a buscar comida y bebida en eventos culturales. Por eso entablé una amistad con ellos. ¿Quién no va a una inauguración a consumir lo que está disponible? Todos somos “cocteleros”. Siempre me han incomodado los protocolos que excluyen a unos y permiten el acceso a otros. Surge de esa incomodidad, tan común en el mundo del arte. Lo que comenzó como un registro documental se convirtió en una exploración sobre el deseo de pertenecer, sobre cómo el humor y la astucia se vuelven formas de sobrevivir.RM: ¿Cuál es el ritual más extraño que necesitamos para sentirnos vivos hoy?MC: Conectarnos a un dispositivo y meternos en la vida privada de tanta gente es surreal. No tengo redes sociales pero creo que ahí es donde actualmente la sociedad lleva a cabo todo tipo de rituales. Mi ritual es obsesionarme con algún tema, investigarlo hasta agotarlo, y eso me permite explorar mis inquietudes y conectar de forma directa con mi entorno. Más allá de mi trabajo como artista, el ecosistema del mundo del arte sigue siendo, para mí, un fenómeno profundamente extraño.DAHD/EVT