DOMINGA.– Desde la parte superior de esta celda en el Reclusorio Norte, en la oscuridad de mi camarote, veo a Lucio sentado a la orilla de su cama. Está semidesnudo, las piernas le cuelgan. Van a cumplirse tres meses desde que hace lo mismo: cada noche mientras está recostado, poco antes de dormir, a veces con una pequeña lámpara en la mano o sostenida entre los labios, alumbra una libreta pequeña.Aunque muchas noches tengo curiosidad, no me atrevo a preguntar qué es lo que observa con tal atención. Incluso llegué a pensar que se trataba de la foto de una mujer, quizá su esposa o una hija o, en el peor de los casos, un desnudo de revista no tan barata escondida detrás de esa libreta. Lo que fuera, la intimidad en este espacio es intocable y muy muy filosa. En esta prisión de la Ciudad de México hemos sabido de asesinatos o heridos en peleas por la invasión de la intimidad. En un espacio tan reducido como el de una celda, puede reclamarse tan abrupta y violentamente con la sola existencia del cuerpo. Lucio, después de mirar esa pequeña libreta durante un largo rato, a veces demasiado largo, apaga su lámpara; luego oigo una exhalación muy profunda como de bienestar o satisfacción y, sin mirarlo, siento cómo voltea su cuerpo hacia la pared y duerme profundamente. Una mañana, no muy lejana, en la que Lucio giró su cuerpo vi, por accidente, que la libreta cayó desde las alturas y quedó abierta, expuesta, entonces me di cuenta de que no se trataba de ninguna mujer escondida, como lo hacen muchos otros compañeros con los que he compartido celdas en mi paso por este penal. Era en realidad un calendario lleno de anotaciones y rayas. Se trataba del tiempo, pensé, que siempre nos acompaña en toda nuestra existencia, pero aquí en la cárcel su presencia se nota más, sobre todo porque lo sufrimos irremediablemente, lo lloramos, lo contabilizamos: 5 años 4 meses 6 días; 7 años 11 meses 21 días; 9 años 2 meses 10 días; 15 años 1 mes 27 días; 23 años 5 meses 12 días. Cada interno responde así, cuando alguien pregunta por su condena. Se presenta completito con nombre y apellidos. Incluso algunos responden así cuando les preguntan cuánto falta para salir.La verdad es que una reflexión general sobre el tiempo resulta demasiado ambiciosa y tratar de describirlo o resumirlo sería muy pretencioso. En ese sentido pienso que todos nos quedamos cortos. La Real Academia de la Lengua nos ofrece la significación más extensa, pero pienso que su definición es infinita en la conceptualización humana escrita y no escrita. Mientras estuve en prisión pensé mucho en el tiempo. Te destroza cuando te enteras de tu condena, pero te alegra cuando se acerca la hora de salir. El tiempo se sufre, pero también te permite la reflexión, cambios de vida y disciplina.El joven interno al que se le va la vida en prisiónSiempre pensé, y lo sigo diciendo, jamás, como en ningún otro lugar, tienes tanto tiempo para estar contigo mismo como en la cárcel. El tiempo aquí te puede permitir observar cómo ha sido tu vida. Aquí los compañeros tienen la idea más común de que se puede matar el tiempo haciendo nada, pero pocas veces reflexionan sobre la idea de que el tiempo también te asesina, a veces rápido, a veces lentamente, si no haces algo. Como dije, definirlo no es tan sencillo y, como no lo es, me queda sólo compartir la forma en que el tiempo se hace presente en algunos de mis compañeros de prisión con el temor también a quedarme corto. El tiempo y su impacto lo veo en Crucito, un joven de 27 años, acusado de robo y agravantes. Su complexión es muy atlética a pesar de que fuma marihuana todos los días, es moreno, nariz pronunciada, ojos y pestañas muy oscuros. Casi no sonríe pero, cuando lo hace, su rostro puede llegar a ser realmente amable. Crucito le ha dado a esta cárcel siete años de su vida: ingresó cuando tenía apenas 20.Pero el paso del tiempo no se le había hecho evidente hasta que llegan nuevos compañeros y cuentan cómo va la vida en las calles, en los antros, en las fiestas, el comportamiento de las nuevas generaciones, el perreo y los desenfrenos sexuales. Entonces desde su camarote salta y da con el puño cerrado un golpe a la pared: “¡A poco sí, chale, y yo aquí en esta madre!”. Pensar en que a Crucito se le está pasando su mejor tiempo, valga la redundancia, me pone realmente triste.El impacto del tiempo ha sido también fulminante con Matus. En este año cumplirá 16 años en esta cárcel. Era un prometedor maestro de inglés en Harmon Hall. Cuando está en sus mejores momentos, en sus temporadas sin drogas y con mucho ejercicio, se baña y se alista como si fuera a tener visita, luego se sienta peinadito y con ropa muy limpia en su camarote del rincón y comienza a escribir en su defensa para lograr reducir los años, los meses y los días de cárcel. El tiempo se convierte en su obsesión. Matus tenía 42 años de sentencia y con sus escritos ha logrado bajar su pena de cárcel casi 17 años. “Quiero salir a rehacer mi vida, pelón, quiero pasar lo que resta de mi vida con mi esposa y mis hijos, ojalá que ellos quieran”, me dijo una mañana que estábamos solos en la celda. El terror del tiempo lo vi en el rostro de Neil, que apenas tiene 21 años, y le acaban de advertir que podría recibir una sentencia de 55 años. Cuando le notificaron su condena entró muy blanco a la celda y ese día ya no quiso hablar con nadie. Venía del juzgado, abrió la puerta de la celda, se fue al fondo, subió la pequeña escalera, se acostó en su camarote y cerró su cortina. Por la noche varios lo escuchamos llorar.Cuando reflexiono sobre la relación del tiempo con mis compañeros, es entonces cuando se me hace un hueco, un vacío, un hoyo negro y profundo, un duro golpe para la existencia, es una cárcel, una prisión y yo estoy ahí. Los entiendo a todos. Entiendo a Lucio y su libreta perfectamente porque muchas noches he soñado que mitiempo en la cárcel ya terminó; que ya es 4 de abril y corro a la dirección para reclamar mi libertad, pero nunca puedo llegar, siempre hay algo que me detiene. Entonces despierto, angustiado, pero se me quita rápido pensando que aún falta para esa fecha, ¡así que podré salir! Y eso me pone de buen humor, aunque a veces tengo que reconocer que me da miedo que se me vaya esa fecha y yo siga aquí.Los 236 días que faltan para salir de prisiónCon el paso de los días, y con la confianza que me había dado descubrir que lo que había en aquella libreta era un calendario, le pregunté a Lucio por qué siempre se quedaba viendo tanto esa libreta. “Es un calendario”, me dijo. Y me mostró una de las hojas. Había números encerrados en círculos rojos. “Encierro los días más importantes: los cumpleaños de mi esposa, de mis hijas, de mi mamá, de mis hermanas”. También me contó que estaba encerrado en un círculo el día en que falleció su abuela. Y los dos años que cumplió de muerta. Y me confió que los tenía marcados porque representaban la tristeza que sintió por no haber podido acompañar a su madre en el dolor del duelo. También encerró en un círculo el día que la abuela vino a verlo al Reclusorio Norte por el área de juzgados: “traía un suéter azul marino y su pantalón lila, traía lentes oscuros con su bastón, sentí bonito porque no la esperaba, ya la vi enferma. Le dije que no se preocupara, que ya iba a salir pronto… Yo creo que se vino a despedir”.Pero también en esa libreta había otra numeración que no era típica de un calendario. Lo que vi fue una hoja llena de números que él había escrito con su propio puño y letra. Era la cuenta regresiva que iba en el 236. Me dijo que eran los días que le faltaban para salir a la calle y que cada noche tachaba un número desde hacía varios meses.“De repente me hace sentir coraje esta libreta, me faltan muchos días, pero a la vez son pocos si los comparo con otras sentencias y siempre tengo la esperanza de que los días se pasen rápido para regresar a mi vida normal”. Una vez se dio cuenta de que le faltaban 10 meses por incluir, se apuró a escribir esa numeración para tachar al tiempo, pero detrás de ese conteo había algo más. Me contó que estaban las ansias escondidas de llevar a sus hijas a la escuela y a las fiestas a las que las invitan, de sentarse con ellas a hacer la tarea, de platicar con su esposa, de ayudarla en la casa para que no se desgaste tanto trabajando.En la misma libreta colocó los turnos de custodia que corresponden a cada día de la semana, para saber si puede pedir permiso al turno que él conoce para salir más temprano. También me dijo que en cada tache siente como si ganara, “lo tacho con coraje y luego ya tachado me le quedo viendo mucho tiempo pensando en que cada vez estoy más cerca y todo lo que podré hacer”. Esa libreta del tiempo era su boleto de salida hacia su familia, por eso la veía 78 noches consecutivas y, si se le olvidaba, que sólo dos veces había ocurrido, al día siguiente muy temprano gustoso trazaba la equis sobre el número que sigue en la cuenta.Creo que Lucio es el que mejor explica la relación del tiempo con su vida. “Es mi lucha contra el tiempo y a veces pienso que cada tache es como si subiera una escalera. Cada tache me da ánimo para seguir, me faltan 236 hasta llegar al cero”.GSC/ATJ