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Parir en el camino: una red de parteras sigue a las migrantes hacia Estados Unidos
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Parir en el camino: una red de parteras sigue a las migrantes hacia Estados Unidos

  • - 2025-07-13

DOMINGA.– En el atrio de una iglesia, en el campamento improvisado en una plazuela, en una camioneta afuera de un albergue migrante, en una clínica móvil instalada en la frontera, un grupo de mujeres –una red de parteras– une sus manos y forma un cuenco para recibir la vida.Acomodan colchas y sábanas en el suelo. Habitan el espacio con una lona, una colchoneta, una vela, su presencia. Entre todas se arma la camita. Sacan de sus mochilas rebozos, algunas cremas, aparatos médicos para medir la presión, los latidos del corazón, una cinta métrica. Se preparan para sobar la barriga esférica, viva, latente, para sobar los pies, la espalda, para acomodar los órganos, los huesos.Pronto llegarán las caminantes que cargan a cuestas varias vidas que las hizo huir y las hace querer vivir. Una la cargan en la espalda, otra en el vientre. Mujeres migrantes embarazadas serán recibidas por estas parteras de México, cuyas manos dan una certeza, que la vida y la muerte no son frontera, sino un territorio común. Y pasará de mano en mano como un compromiso.A lo largo del país y en los últimos años se tejió intuitivamente una red para acompañar a mujeres migrantes y sus procesos de parto. Su origen podría contarse en el año 2016 cuando Ximena Rojas, de la oenegé Partería y Medicinas Ancestrales, atestiguó en Tijuana la llegada masiva de migrantes provenientes deHaití, el Congo y otras nacionalidades, que fundaron comunidades como Little Haití, asentándose en esa orilla del mundo en espera de cruzar aEstados Unidos.“Entonces vimos muchas mujeres embarazadas que no tenían acceso a servicios de salud y decidimos apoyarlas. No teníamos casa ni un proyecto, y la sala de mi casa se convirtió en la sala de nacimiento”, cuenta Ximena desde Tijuana, en una videollamada con su bebé en brazos, atento y sensible a sus palabras. En ese espacio además de acompañar a migrantes, se capacita a otras mujeres parteras.Luego en 2018, cuando iniciaron las caravanas de migrantes por la frontera de Belice y Guatemala, las parteras del norte se comunicaron con las del centro y sur para salir a lo largo de la ruta a acompañar a las caminantes. Así salió Annie Arenas, desde Las Choapas, Veracruz, con su camioneta convertida en un consultorio móvil afuera de los albergues, entre Veracruz y Oaxaca, y a su vez ella convocó a otras parteras, como Maricarmen Teolli y Mirel Yolotzin, en la Ciudad de México. “Nos comprometimos con esa invitación y con las historias de esas mujeres, y acudimos a la Iglesia de la Soledad, en la Merced, donde bebés y mujeres embarazadas quedaban rezagadas en la repartición de acopio, donaciones y atención de salud”, dice Maricarmen.Las parteras son personas que han existido toda la vida y su especialidad es atender los partos y lo que pasa antes y después de ese momento, cuidar a las mujeres, a sus bebés y sus familias, investigar sobre el bienestar de la mujer. Hay parteras tradicionales, que conviven con la herencia ancestral, y parteras profesionales que desafían el papel en el cual las quieren colocar como asistentes de los médicos.Hoy esta red de parteras reúne un promedio de 40 de ellas, se teje en paralelo al camino migrante buscando llegar a Estados Unidos: a lo largo de Chiapas, Oaxaca, Veracruz, Estado de México, Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey y Tijuana. “Nos entendemos como una red viva que se activa cuando es necesario”, dice Mirel Yolotzin. La red funciona a partir de “nudos” locales e independientes en cada ciudad, utilizan chats de WhatsApp para conectarse entre sí y con las migrantes, ser un relevo en el seguimiento obstétrico a lo largo de su camino, o para reaccionar ante emergencias más grandes como las caravanas o desalojos. Funcionan gracias a las colectas de material, dinero y algunos de estos nodos, como el de Tijuana que está más instituido, funcionan con recursos de fundaciones. ​Las parteras que atienden a las mujeres migrantes en La MercedUna mañana de enero de 2025, Maricarmen calienta sus manos y pide permiso a Sheines, una mujer venezolana de 23 años, para tocar su cuerpo. Luego las posa sobre la barriga esférica y pide permiso al bebé para tocarlo. Este es su cuarto hijo, los dos mayores nacieron en Venezuela y su tercera hija nació en tránsito, en su paso por Colombia. Si todo avanza bien, este bebé nacerá en México.En el atrio de la Iglesia de la Soledad, sobre las colchas que extendieron las parteras en el piso, Sheines se dispone a las manos de la partera. Ella le toma los signos vitales y le soba la panza para hacerle espacio al bebé y que él mismo se acomode. Luego le pone el doppler o fetoscopio en la barriga, lo mueve tratando de encontrar una señal. Las parteras y las demás migrantes de la fila hacen un silencio expectante, se miran a los ojos, Sheines los abre grandes y pone atención.Entonces se escucha el ruido viciado de las ondas sonoras y entre ellas se distingue un “tum tum, tum tum”. Es la primera vez que escucha el corazón de su bebé. Todas sonríen. En un camino, donde la muerte es tenaz, un latido es capaz de ahuyentar esa presencia. “En mis cuatro embarazos, esta es la primera vez que tengo contacto con una partera”, dice Sheines. “Me gusta, me hace sentir más acompañada, más tranquila, más relajada. Me siento amada”.Ximena Rojas dice que el trabajo que hacen las mujeres parteras devuelve el territorio a las personas. “Es la primera vez que alguien les ha pedido permiso para tocar su cuerpo, ¿nos damos cuenta?, nunca antes nadie les había pedido permiso para tocar sus cuerpos. Estas son acciones que acomodan y regresan el territorio a las personas, regresan el respeto, el amor, la fuerza y son bebés que nacen con esperanza”.Con Sheines llega Angie, su vecina de ranchito. Carga en sus brazos a su bebé Juan Pablo, de un mes de nacido. Los ranchitos son aquellas comunidades que los migrantes construyen con tablones, lonas, plásticos, tiendas de campaña, para vivir en alguna plaza o parque. Dos meses después de ese encuentro de Sheines con la partera, el gobierno de la Ciudad de México destruyó el ranchito donde vivían ella y Angie, junto con otras decenas de migrantes. Las mujeres, con un bebé en la barriga y otro en brazos, tuvieron que reconstruir su casita en otro parque cercano. La migrante que rompe la fuente por la violencia de un desalojoLas barrigas de las migrantes cruzan fronteras, crecen a lo largo de cientos o miles de kilómetros. Sus cuerpos están marcados por las huellas de ese andar: los muros o alambres de púas que raspan o hieren su piel; las mordidas de bichos o animales que se encuentran en las selvas o los montes; los golpes o empujones de la migra o policías fronterizas; los asaltos sexuales a cambio del permiso para continuar el viaje o para que no les maten al hijo. Las mujeres migrantes enfrentan la desnutrición. La falta de atención a su salud en la travesía. Enfermedades físicas, emocionales. “Sus cuerpos están marcados en el físico y en el alma. Algunas cicatrices las podemos ver en la piel o en la falta de alguna parte de su cuerpo [como alguna amputación por accidentes en el tren] pero hay otras que no vemos, como el daño de los ataques sexuales”, dice Annie Arenas.Un mes después, en este nuevo hogar que encontraron en la Plaza de la Soledad, el 24 de mayo de 2025, un grupo de hombres volvieron a desalojarlas por la fuerza. No venían con ropa oficial pero las retiraban para un evento público. Las mujeres tuvieron que abandonar de nuevo un hogar, bajo la lluvia, con estrés y con el frío de la madrugada.Sheines rompe la fuente por la violencia de ese desalojo. “Ese líquido amniótico, esa agua se regó en la calle de Soledad, con las lágrimas de bebés, abuelas y madres que salieron de sus casas minúsculas con lo que pudieron agarrar, sin dónde pasar esa noche”, dice Maricarmen.De madrugada y bajo la lluvia, con el vientreescurriendo agua, Sheines corre en busca de un taxi, la ayuda una persona que limpia la vía pública. Llega a un hospital público para parir a su bebé. Mientras, la partera Maricarmen, Mirel y otras compañeras pasan la madrugada recolectando dinero para comida y pañales. En ese tiempo, desde que Maricarmen le “hizo espacio” –acomodó la panza, los órganos– el bebé Liam logró nacer con la cabeza por delante y en alto. Cuando la autoridad quiere retener al bebé por su condición migranteNo hay registros oficiales sobre el porcentaje de mujeres migrantes embarazadas que llegan o cruzan nuestro país. En el año 2023, en Tijuana, Lizeth Jiménez Paredes realizó un sondeo titulado “Ser gestante y ser migrante” para el Consejo Nacional de Población y encontró que al 46.6 por ciento de estas mujeres les fue negado el servicio por no tener documentos, el 26 por ciento tuvo atención médica gratuita por organizaciones no gubernamentales, el 13.3 por ciento no accedió a ningún tipo de atención y otro 6.6 por ciento accedió una vez que el Ministerio Público intervino.Quienes sí accedieron a atención pública narraron experiencias de violencia obstétrica como el trato cruel, abuso de medicalización, negarles traducción o intérprete, colocarles dispositivos anticonceptivos en contra de su voluntad. El estudio retoma el caso de una mujer de Guatemala a quien la doctora le gritaba y no le permitía el acceso al esposo, quien era además su intérprete, pues la lengua de esa mujer era el mam. Otra migrante de Haití narró que la doctora le dijo que a las embarazadas de su país las tenían que “amarrar” durante el parto porque no se dejaban atender. Una más contó que no le querían dar los documentos del nacimiento del bebé, por su condición migrante, y su bebé duró un año sin registro de identidad.En algunos casos es más extrema la violencia, no se retiene al documento, sino al bebé. El Instituto para la Mujeres en la Migración (Imumi), una organización con sede en la Ciudad de México que acompaña los procesos legales de quienes transitan por nuestro país, alguna ocasión documentó casos donde las autoridades médicas se resistían a entregar al bebé sólo porque la mamá no tenía documentos o documento mexicano con qué identificarse. “Desde el Imumi hemos considerado un reto la atención médica a mujeres embarazadas o gestantes, porque siempre un requisito ha sido la solicitud de su documento migratorio, antes que el derecho a la salud. En ocasiones tienen atención de los centros de salud, pero cuesta que logren tener atención en los hospitales."“No todas logran tener atención prenatal desde los hospitales. Asimismo, muchas veces viajan solas, lo que dificulta el apoyo que puedan tener, pues las instituciones médicas requieren que se registre a un familiar para dar los reportes. Si ellas tienen amigas o conocidas en el trayecto, no pueden monitorear su salud”, dice Yessica Pamela Maas Pérez, coordinadora administrativa de la clínica jurídica del Imumi. Las parteras no pueden entrar a los albergues del gobierno de la CdMxEs una mañana lluviosa de junio en la Ciudad de México. Sheines y Angie llegan a la casa de la partera Mirel. Sheines carga a Liam, su pequeñito de un mes de nacido, y junto a ellos camina su otra hija Alison; Angie carga a Juan Pablo, su bebé de cuatro meses. Siempre, desde que se encontraron en el ranchito afuera de la iglesia de la Soledad, las mujeres siempre se acompañan. Desde el desalojo violento, Sheines y Angie viven juntas en un alberguedel gobierno de la Ciudad de México. Ahí las parteras no pueden entrar, así que el seguimiento que le harán será en este espacio donde Mirel capacita a otras parteras y acompaña a mujeres. “Las parteras tardamos mucho en ganar su confianza, vamos en contra de todo lo que dice el mundo sobre nuestro trabajo; acompañamos no sólo su proceso ginecobstétrico, sino que nos volvemos cómplices de ellas, de sus familias, de sus vidas. No es que seamos sus amigas, pero sí sus cómplices, somos lo más cercano o lo único en quien pueden confiar”.Esta mañana Sheines viene a que la “cierren” después del parto: con una manta o un rebozo las parteras la envuelven y le ajustan los huesos de la cadera que se abrieron durante el alumbramiento, y los de la columna que cargaron durante nueve meses; le acomodan también los órganos internos, pues éstos cedieron su espacio y posición para que el bebé creciera. Cuando el bebé nace deja un espacio vacío en el cuerpo de la madre y los órganos se acomodan como pueden, debido a la gravedad o a la vida ajetreada de las mujeres migrantes, y generan malestar.Pero antes, la mesa está puesta, hay café, pan, fruta, huevito con papas, tortillas, aguacate. Un manjar frente a las comidas que reciben en el albergue del gobierno o frente a las sopas Maruchan que se pueden comprar. “No siempre les podemos decir que coman bien, que tomen vitaminas, que coman pescado, si a veces tienen que elegir entre comer ellas, el bebé en su panza o el hijo que ya está caminando fuera”, dice Mirel.Al acabar el almuerzo Sheines se recuesta en el piso. Mirel le pide permiso para comenzar y le soba los dedos del pie, las falanges, los metatarsos, las plantas del pie, una de las partes más simbólicas de la mujer migrante. Luego le soba los muslos, la espalda, una espalda contracturada de siempre cargar, de siempre estar en guardia. “Es un proceso simbólico para dar la bienvenida a la crianza”, dice. Cuando Mirel termina de sobarla, toma al bebé Liam y lo arrulla, lo duerme. Entonces Maricarmen continúa con el “cierre” y la sobada maya, le acomoda el cirro, debajo del ombligo y que se considera el centro vital del organismo. Sheines cierra los ojos y se entrega a ese movimiento. “Se siente como si te jalaran desde adentro hacia el centro”, dice. Cuando se vive en constante tránsito este acto representa un volver a centrarlas en el tiempo y el espacio, a darles certeza de la vida.Los ataques sexuales a las mujeres migrantesMientras Sheines y Angie buscan establecerse en México, otras mujeres siguen camino al norte, como Wilmary de Venezuela, a quien Maricarmen y Mirel acompañaron en su embarazo. Su fecha probable de parto era el 28 de diciembre de 2024 y juntas, con la complicidad del párroco, imaginaron felices un parto en la iglesia . Ésta había sido una especie de refugio para miles de migrantes que llegaban a la ciudad, abría las puertas del atrio para alimentarlas, para repartir ropa donada o para dar espacio a oenegés que ofrecían servicios legales o de salud. Sin embargo, pese al entusiasmo, los resultados de los análisis médicos no lo permitieron. Los partos con enfermedades de transmisión sexual –muchas de ellas adquiridas en el camino, en ataques sexuales– deben ser atendidos en hospitales. Un sábado por la noche, a inicios de 2025, Wilmary y Maricarmen comían manzanas amarillas mientras esperaban el camión que la llevaría con su bebé recién nacido y su hija pequeña hasta la frontera con Estados Unidos. Ahí, con una maleta enorme, Wilmary le contó que nunca se imaginó que cruzaría ocho fronteras con un bebé creciendo dentro de ella y que para alimentarlo a él y a su otra hija inventaría trabajos como lavar ropa en una cubeta afuera de su tienda de campaña.“Nos abrazamos y le dije que me recordaba a la virgen María haciendo un viaje en pleno posparto”. Wilmary le respondió con humor: “¡Pero nuestra madre iba en una mula, yo en un Pullman!”. Ambas se rieron y con esa sonrisa se despidieron.“Para las mujeres migrantes es una fortaleza saber que la virgen María fue migrante, que parió en situación de calle y que de ese parto nació la solidaridad de un desconocido que prometió la salvación de la humanidad”, dice la partera Maricarmen. Desde esa fe y fuerza ponen en sus bebés esta corona de guía y de ilusión, aunque cuando nazcan el mundo siga igual de fragmentado, violento e injusto. “Son estos bebés los que anclan a las mujeres a su camino, bebés implantados por el amor, por el deseo, también a veces por la violencia contra la voluntad de sus madres”.A veces las parteras reciben mensajes de Wilmary desde Detroit, les manda fotos de su bebé Walter y de Carlita, que ya aprendió a caminar. Hay un misterio del nacimiento de cada hijo migrante, hay un desafío a todas las reglas de lo posible, del régimen de frontera, de la violencia, de quien cree que no tienen derecho a nacer. Maricarmen reflexiona: “Nacer es cruzar una frontera. Nacer es también el primer encuentro con quien te va a cuidar. La bendición de la madre y de la desconocida”. Las parteras son manos que traen ese conocimiento heredado de otras mujeres, manos que juntas son cuenco. GSC


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